Desde 813, año en el que se descubrió que la tumba del Apóstol Santiago se hallaba en Compostela, el Camino se convirtió en la ruta de peregrinación más importante de la Europa Medieval.

Según la leyenda, en el año 42 los discípulos del Apóstol robaron su cuerpo en Palestina para trasladarlo a Iria (la actual ría de Arousa) y, una vez atracada la nave, lo llevaron al lugar donde hoy se encuentra la Catedral de Compostela.

El rey Alfonso XII fue quien ordenó construir una pequeña iglesia sobre el sepulcro. Desde entonces, millones de peregrinos movidos por la fe comenzaron a visitarlo desde todo el continente, dejando todo un legado artístico, económico y social a lo largo del camino.

La ruta compostelana, o lo que es lo mismo, el camino de las estrellas, tuvo su eclosión en el siglo IX, pero fue alrededor del año 1000 cuando se popularizaron verdaderamente las peregrinaciones a Santiago. Asimismo, coincidiendo con el esplendor del Románico (siglos XI y XII), el Camino vivió uno de sus momentos álgidos. Fue entonces cuando el Papa Calixto II proclamó Año Santo Jacobeo cada año en el que el calendario hiciera coincidir en domingo el día el 25 de julio.

Con la peste negra devastando Europa, a partir del siglo XIV la peregrinación empezó a verse como algo plebeyo y vulgar. Así, los monarcas dejaron el Camino de Santiago a un lado para centrar todos sus esfuerzos en la conquista de nuevos territorios.

Desde su recesión, el Camino tuvo que esperar varios siglos para renacer, y en el siglo XIX, con los avances de la ciencia, la revolución industrial y la influencia del libre pensamiento se dejó de considerarlo como un lejano jalón medieval.

Año 1993: el resurgimiento del Camino 

El gran resurgimiento peregrinal tuvo lugar a fines del siglo XX y sobre todo con la celebración del Año Santo Jacobeo en 1993 y la declaración del Camino Francés -la ruta más transitada- como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en ese mismo año.

Ha sido declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad por segunda vez, Itinerario Cultural Europeo por el Consejo de Europa, merecedor del Príncipe de Asturias de la Concordia y hasta denominado “la mayor calle de Europa”, y hoy en día, se asocia la peregrinación con un desafío deportivo, personal, religioso, pero también con la búsqueda de si mismo, de lo auténtico, de lo esencial.

Este camino no es solo un hito arqueológico de nuestro pasado, sino todo un camino vivo que se renueva con cada peregrino que decide emprender la ruta.

Un camino cada vez más vivo, que en 2016 alcanzó la cifra de 278.224 peregrinos, es decir, 94.722 más que hace cinco años -en 2011 la cifra registrada por la Oficina del Peregrino fue de 183.502-. Un camino que se nutre de la cultura de personas del mundo entero, independientemente de su cultura o religión. Un camino que no es solo un recorrido turístico o deportivo, sino también un símbolo histórico, un estilo de vida y una ruta artística y cultural inigualable.

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